Carta a un(a) joven investigador(a)

Descripción

Por: Oscar Reyes Ruvalcaba

Toda investigación es como un viaje de exploración, pues implica una pesquisa externa, pero también una indagación interna. Esa búsqueda está orientada no solo por las exigencias del objeto de estudio, sino también por nuestros valores más preciados, nuestros principios más profundos, y nuestras creencias más arraigadas. Podríamos decir que es una exploración de mundos externos, pero también internos.

 

De la pregunta de investigación

Todo viaje inicia con una inquietud, un cuestionamiento, una pregunta. Pero, también es el propio horizonte vital del sujeto el que está inmerso en el proceso de investigación. Es decir, cuando el investigador se pregunta por su objeto de estudio, también problematiza su propio mundo y su manera de estar en él. Por ello, el objeto a estudiar se asemeja a un espejo en el cual el sujeto desea mirarse, pero para ello debe limpiar bien el visor. Esto es, debe realizar un trabajo de acotamiento de su objeto de investigación, que no es sino la manera más correcta de auto-cuestionarse. En suma, a través de la pregunta de investigación el sujeto relaciona su horizonte vital con el mundo que investiga, y al hacerlo su mundo interior cobra sentido.

De la teoría

Desde esta perspectiva, ¿qué papel cumpliría para el sujeto la fundamentación teórica? La teorización consiste en construir un mapa –integrado por conceptos- que nos orienta en la ruta a seguir para obtener el oro escondido, que es justamente nuestro tesoro perdido, nuestro objeto de estudio. En esa búsqueda, el mapa lo elaboramos a partir de retazos o pesquisas que otros viajeros han encontrado. Pero ojo, en los relatos de los navegantes existen imprecisiones, pistas falsas y hasta fantasías. Por ello, debemos estar alertas, corroborar las fuentes y verlas a través de un catalejo, esto es, de un riguroso aparato crítico.

Cuando elaboramos el aparato conceptual de nuestro estudio, de manera paralela, construimos el andamiaje perceptual que da sostén a nuestra existencia. O como dice Gadamer (1977), se realiza un encuentro entre el horizonte cultural de sujetos que viven en otros contextos geográficos e históricos con nuestro propio horizonte vital. Eso es posible ya que ambos (autores-navegantes e investigador-explorador) compartimos una misma experiencia existencial, la vida humana. Las categorías elegidas para nuestro estudio constituyen los vínculos a través de los cuales nos comunicamos, unos y otros, teórica y existencialmente y, por tanto, dan sustento vital a nuestro estudio, esto es, nutren nuestra existencia.

 

De métodos de investigación

Por su parte, el diseño metodológico del objeto de estudio constituye una hoja de ruta que elaboramos para orientar nuestro camino investigativo. Ese mapa lo construimos desde nuestra intuición, saber y experiencias previas, para preparar el viaje exploratorio hacia el universo exterior, pero también hacia el interior. Metodología significa el estudio del camino, de la senda que nos proponemos realizar para llegar a buen término. Ruta que conduce a la meta que nos propusimos al inicio de la investigación.

 

Del trabajo de campo

Sin embargo, como todo buen viajero sabe, el mapa no es el territorio. El camino, las más de las veces, es largo y sinuoso, como recitan melódicamente los Beatles; está lleno de recovecos, de escarpadas montañas y de peligrosos acantilados. Vaya, el trabajo de campo es más trabajo que día de campo. Un investigador maduro (que ha experimentado los sinsabores y los vuelcos que da la vida) está más preparado que el estudiante novel e idealista, quien se lanza sin suficientes pertrechos a la aventura investigativa.

Una vez en la migración indagatoria, de ese perderse continuamente, de volver una y otra vez sobre lo andado, de enfrentarse, como Ulises, a mil monstros y vicisitudes imprevistas, de reorientar incesantemente la ruta, de izar y descender las velas, sólo entonces, si se es perseverante, podremos decir que llegamos a tierra firme. Pero quizá no sea tan firme como se afirma.

 

De los hallazgos

Lo más frecuente es que el lugar al que arribamos no fue la tierra prometida, no era la isla del tesoro. Esto ocurre porque emprendemos el éxodo en busca de nuestro paraíso perdido. Queremos encontrar en el exterior lo que extraviamos en nuestro interior. Es por ello que, asiduamente, como investigadores y como personas, nos desilusionamos con lo que encontramos. El lugar donde esperábamos encontrar nuestro preciado objeto nos desprecia; quizá solo sea un no aprecio hacia nosotros mismos. Tal vez descubrimos la otra cara de nuestra luna, que es en sí un gran hallazgo, pero no lo valoramos porque nos desvalorizamos.

Al final del viaje, quizás consideremos que lo que planteamos inicialmente era mera ilusión, que todo fue un espejismo. Pues resulta que los resultados no resuelven el problema que esperábamos resolver. Quizás la pregunta vital no fue la correcta o la meta fue demasiada alta. El novel navegante, cuando no abandonó el barco durante el trayecto, considera que el viaje fue un desastre indagatorio, pero sobre todo una catástrofe personal. ¡Cuidado! Como navegadores expertos en la vida, sabemos que cuando las respuestas son otras, debemos replantear las preguntas y ser menos ambiciosos en nuestros objetivos. Como sujetos, sintientes y pensantes, reconocemos que cuando el estudio no cumple con nuestras expectativas, lo que hacemos no es modificar el objeto de indagación, sino nuestros propósitos. Es decir, conviene reajustar todo lo escrito y vivido para que justifique justo a lo que mis datos-vivencias alcancen. Debemos tener alma de niño para que, con las monedas en la mano y con inocente humildad, nos preguntemos: “y esto, ¿para qué me alcanza?”. Pues estos son los alcances verdaderos de mi estudio investigativo y existencial.

De la redacción del informe

Al redactar las conclusiones hacemos recuento de todo el proceso investigativo y vital. Vemos el mapa en su conjunto, valoramos, integramos y redactamos la misiva última de nuestro trayecto existencial y académico. Atención, la configuración de nuestro viaje solo se observa íntegramente cuando se toma distancia de la propia vivencia. Cuando se viaja, la vida misma no se observa, sólo se experimenta, es el a priori de la existencia. Sólo con el paso del tiempo, cuando se revisa el andar (interior y exterior), se revela el verdadero sentido del trayecto investigativo y de la vida. Es decir, las sucesivas experiencias con nuestro objeto de estudio adquieren forma y sentido. Sólo cuando el sujeto se convierte en objeto de sí, cuando indaga sobre la experiencia interna del viaje, la subjetividad emerge robustecida en su plena singularidad. Sólo entonces hacemos el recuento de los años (y en veces de los daños) y de la sabiduría que nos dejó este camino de auto-indagación.

 

De las conclusiones

Apreciable novel investigador o investigadora, un último, pero fundamental consejo: nunca olvides integrar la razón al corazón. Que la razón ilumine tu camino, pero que tu corazón sea siempre tu guía. Y cuando te encuentres en la disyuntiva de escoger solo un camino, elige razonablemente el que tenga más corazón. Pues, como asevera Marcel Proust: “El verdadero acto de descubrimiento no consiste en encontrar nuevas tierras, sino en ver con nuevos ojos” (Cfr. Najmanovich, 2008, p. 175).

Referencias:
Gadamer. H.G. (1977). Verdad y método. Salamanca, España: Sígueme.
Galindo, J. (1994). Entre la exterioridad y la interioridad. Apuntes para una metodología cualitativa. Guadalajara, México: Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente.
Najmanovich, D. y Lucano, M. (2008). Epistemología para principiantes: pensamiento científico, conocimiento del conocimiento. Buenos Aíres, Argentina: Era Naciente.

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